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FLOR DE AZUCENA 13 buela también materna, la Excelentísima señora doña Isidora de la Mier y de Elorriaga. No hay que decir nada sobre el júbilo que pro- dujo en la opulenta morada de los Bárcena y Sa- racho el advenimiento de la niña, rapazuela lu- minosa, modelada en gracia y bondad, como aquellas criaturas que en la Escritura se cotizan por privilegiadas, herederas de alma dulce y bien acondicionada. Margarita se llevó tras sí los corazones desde el primer momento. Diríase que venía con el sello de predestina- ción, como un heraldo de paz doméstica y de candor angelical. Hay en la vida de los santos una faceta ver- daderamente encantadora que impresiona sobre todas las demás de la vida: la de la primera au- CO ¡Cuántas veces permite Dios que en aquella hora ocurran sorprendentes fenómenos que in- ducen a preguntar ¿qué será este niño? La condición inicial de nuestra Margarita fué de una placidez enamorante. Jamás dió lugar a una escena incómoda, desagradable, molesta; “era el candor hecho niña”. No le conocimos en la cuna; nuestra relación con ella data desde cuando era joven; pero lo que luego se nos reveló, demuestra la verdad de lo que dice Julia García Herreros en su escrito: “nunca dió un mal rato ni se dejó dominar por

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