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FLOR DE AZUCENA 225 mó el hábito de Reparadora, tomó el nombre de . Inmaculada. Hemos insinuado que al consagrarse a María la tomó por maestra de su perfección y sobre esto debemos decir dos palabras antes de cerrar este capítulo. Era hambre de amor divino lo que devoraba a Margarita y para copiarlo en su alma, buscaba los modelos más fieles de imitación. Cuando con- templaba alguna imagen de la Virgen su jacula- toria favorita era decir: Eres la hermosa estrella que mi alma guía. Entendía desde jovencita que la devoción más cabal era la que mejor practicaba la imitación de las virtudes. Entendió también que el camino más breve y seguro para alcanzar la perfección conforme a la doctrina del P. Lallemant es procurar la pureza del corazón más que el ejercicio de las virtudes. De ahí nació su afán por todo lo que era “puro amor” sin caer por esto en torcidas interpretacio- nes místicas. Dios está pronto para concedernos toda suerte de gracias mientras no le pongamos óbice... Nada más eficaz para evitar todo obs- táculo que el amor puro que “busca a Dios por Dios” con la esperanza de poseerle como último fin y objeto de toda felicidad. No había en este

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