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FLOR DE AZUCENA 197 cutaba arpegios del alma sobre el teclado marfile- ño. Diríase que allí vivian escondidas aquellas ricas y sonoras musicalidades que Sus dedos ala- bastrinos despertaban, haciéndolas obedecer al conjuro de su devoción. Pero donde su arte des- bordaba en gamas de filigranas poéticas, era en sus composiciones métricas para lo que tenía don y facilidad especiales. Con exuberante vida espi- ritual, vida de flores tempranas, de gracia inge- nua, solía decir: ““Mi corazón es como el arpa de David y como la lira de un ángel; siempre suena a amor, amor, amor a mi Jesús” y añadía con un pensamiento semejante al de San Francisco de Sales: “Si supiese que un solo verso o una sola nota de mi alma hubiese de desagradar a Jesús, mataría en mí todo sentimiento”. Su vida como diamante precioso de facetas se- renas y brillantes era un acorde transparente. Cuando se le contempla silenciosa ante el Sa- grario horas y horas, arrodillada sin apoyo algu- no, no se oye lo que dice su corazón, pero ena- mora su música silenciosa, el ritmo armonioso de su pecho y el fulgor radiante de su rostro; ella misma se nos antoja como una estrofa rebozante de vida divina. Y luego nos dirá que en aquellas horas raudas y aladas para ella, veía “versos muy , lindos” que al ir a su casa los ponía en el pa- DEE Por eso casi toda su literatura poética es eu- carística, todas sus poesías como su musa del pri-

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