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FLOR DE AZUCENA 181 alma constantemente el viril y la custodia, el al- tar y el tabernáculo. Aquellos maravillosos ojos negros de Margari- ta clavados en el disco místico de los accidentes de la Eucaristía, brillaban de ternura, mirando a la Hostia. A veces parecia que a través del velo material veía la realidad augusta, y lloraba de emoción ... “Alí está mi amado”. ¡Quién pudiera hacerle un trono de mil corazones incendiados de amor! ¡Allí está mi amado! ¡Qué dulce placer me da el pensar que está tan cerca ae mí! Acabábamos de levantar nuestro convento de Vigo. La casa capuchina doquiera que se levanta con el espíritu del Serafín de Asís es pobre. Aquellas piedras y ladrillos con que se adobaban y afirmaban los muros, eran objetos de la medita- ción de Margarita. ¿Por qué no levantar esta casa, que será de Jesús, con topacios y rubíes? exclamaba. Me decía que, sobre todo, le molestaban las iglesias pobrecillas... “No parece propio de Jesusito esta iglesia; pero como es tan humilde, él se resignará a vivir aquí”, solía pensar... Un día de Corpus, que para ella era un día de intenso amor, después de la procesión de la Co- legiata, le pregunté: ¿Qué tal la procesión? ...

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