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FLOR DE AZUCENA 179 Para Margarita, Jesús sólo, era el tipo de la gentileza, el ideal de la espiritualidad. Aquel ver- so bíblico donde se le pinta como el “más her- moso de los hijos de los hombres”, le hacía un efecto maravilloso, de sobresaturación cariñosa. ¿Dónde van las locas enamoradas, decía, a bus- car bellezas y hermosuras, olvidándose de este dechado de toda pulcritud? ¿Dónde podría ha- llarse esposito más lindo que mi amado? ¡Oh sí, mi amado para mí y yo toda para mi amado! Hablando de la esposa de los cantares solía te- ner pensamientos asombrosos... “Jamás hubo “ enamorada tan cuerda como ella, decía. No es “ posible tener una idea tan cabal de lo que es amar. “Si no hubiese una reina de amor, que es la Virgen, debió ser ella. Como que en realidad, aquella enamorada y casta esposa no era otra cosa que un débil tipo de la Santísima Virgen Inmaculada y Madre del amor hermoso...” Margarita era de una espiritualidad exuberan- temente tierna... parecía que la blancura de su cutis fuera un reflejo de su amor casto. Sus cejas negras de curva delicada y sus pestañas negras también daban un contraste de belleza admirable a aquella albura de rostro, albura de cera ilumi- nada por un pálido reflejo de rosas... De ena- morarse de algún ser humano, hubiera sido con todo derechó ídolo del corazón, si no se debieran entregar a Dios las primicias y las primacías del 13

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