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. h ¿ | 178 ESPOSA ENAMORADA Cuando él exponía los amores del vizconde de Almeida: Garret uno de los románticos portugue- ses más visibles, yo me he guarecido en la pureza de esta otra literatura de “mis romanticismos del alma” que se enamora no de los ojos negros y de los cabellos rubios sino de las blancas iluminacio- nes que emanan del cielo, como nuestra Margari- ta, “romántica celestial”, en cuyo pecho de azuce- nas y claveles anidaban sobre todo otro amor, el amor a Jesús y a su madre Inmaculada. Se me perdonará le hayamos llamado “románti- ca celestial” a Margarita, porque de modo más alto que los románticos neolatinos, tenía “su no- vela” encendida en el corazón y soñada con aque- llas suavidades de alma y de espíritu que su Es- posito le quería prodigar. Su limpio y casto corazón se consumía y ardía en estas dos hogueras: Jesús y María. Más de un galán pudo fijarse en aquella ele- gancia del talle de Margarita; no esa elegancia femenina “impertinente y helada”, no la elegan- cia nerviosa y extravagante de las niñas moder- nas, sino esa otra elegancia sobria, profunda y natural que llamaba la atención en todo momento, y que provocaba no sólo admiración sino respeto y veneración. Nunca, empero, soñó ella con otro esposo que Jesús. Ya hemos dicho a que temprana edad for- muló el juramento de fidelidad a su amor, con voto de castidad.

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