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174 SU ESCALITA Pero ¡ay! Jesús, me veo sin remos y sin quilla, mi débil navecilla se llena de pavor. Sosiega la borrasca del mar de mi amargura; tu voz serena y pura escúchela yo en mí... ¡Que yo muera luchando por Ti, gozo del cielo! ¡No quiero más consuelo que padecer por Ti! Esta es la señal indiscutible del origen de estas tenebrosas noches del alma. El índice está en ese último verso hermoso y santo como el corazón de Margarita. Por el camino del dolor y del amor va a abrazarse con Jesús; son los dos brazos del alma que se tienden confiados al encuentro de Dios... Con ellos aprisiona el tesoro adorable de la gracia que cada vez más la embellece, obli- gándola a cantar en medio de la pena más honda: Haz ponga yo mis labios en tu herida y allí pueda gustar su dulzura... besando tu costado: entonces sabré amar.

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