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5 SS ¡ | DARSE DARAS e 160 SU ESCALITA Cual joyas sabía apreciar todos los dolores y solía afirmar con mucha resolución que su amor nada valdría si no se fortaleciese con sus “do- lorcitos”. “En cada dolor veo a Jesús que me son- ríe”. Esto nos recordaba aquel pensamiento del Padre Félix: “Miré a mi Salvador crucificado, lo contemplé con amor y hallé que la mortificación era él, el sufrimiento era él, y entonces se obró en mí una transformación, y todo me pareció di- vino”... Era un día, que nunca podría olvidar ella, cuando escribió aquel verso Llegaron días tristes, con ellos los dolores... ¿Quién hay sin una espina? ¿A quién falta un [pesar? En semejantes días que son abundantes en las historias de las almas grandes tenía por recurso: más oración. “Que el alma cuando sufre, con Dios sólo ha de hablar”. Pero la pena que más duramente debió taladrar su corazón fué sin duda la que experimentó cuan- do entregada a Jesús en el Instituto de las Re- paradoras, tuvo que dejar el santo hábito para tornar al mundo. Hay que haber conocido aquel delicadísimo es- piritu para sondear el abismo de dolor que ahon- daría en ella aquel suceso tan inesperado. Pensar ella que había alcanzado el abrazo enamorado de

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