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FLOR DE AZUCENA 159 Como nuestra joven tenía una placidez conti- nua, nadie sospechaba el sufrir de su alma, pero es el caso que en medio de una vida aparente- mente plácida y serena sufría y... todavía su- friría más. Otro de los motivos de sus penas era el deseo insaciable de amar cada vez más. Dios tenía cui- dado no obstante de consolar sus días tristes con alegrías cordiales, sobre todo en las grandes so- lemnidades. Aquel camino todo amor y confianza que es- cribíamos en la infancia espiritual se ensombre- cía de pronto como si una nube espesa y negra se extendiera sobre su espiritu; mas de repente veía una gran luz como si los rayos del sol ta- ladrando la nube dejaran paso a consuelos divi- nos dejando doraduras de cielo en su alma de- licada. “Dios quiere que siga este camino y hágase su voluntad.” Sabía que sus espinitas eran flores de la coro na de Jesús, puesto que Jesús se recreaba, viéndola muy conforme en el sufrir y así oía la voz del Amado que le decia: Cual corona de flores te doy para tus sienes mis espinas en prenda los dolores de mis llagas divinas y mis clavos y cruz cual joyas finas.

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