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FLOR DE AZUCENA 125 Sencilla en su trato, más sencilla en su alma gustaba de conversar con los pobres de Cristo y decía: “¿Quién sabe la riqueza que puede lleva: en el alma una pobre mendiga?” “Si yo hubiera merecido de antemano nace: rica podría ser motivo de envanecerme, pero na die merece antes de nacer”... En sus íntimas relaciones de conciencia solía acongosarse de no adelantar más en la perfec ción; pero al cabo se aquietaba pensando: “yo no merezco ser mejor”. Como Sor María Celina, llamada “la santa de los perfumes”, y como Sor Teresita “la santa de las rosas”, decía Margarita que también ella quería ser santa “la santa de las azucenas”. Tenemos este apunte tomado de una conversa- ción con ella y que varias veces lo hemos utiliza do en pláticas a religiosas. Era el verano de 1907 y comenzó a agitarse con algún empeño que luego cristalizó en entu- siasmo la fama de Teresita. Le enseñamos un retrato de la “Florecilla de Lisieux” y unos versos que escribió un admirador de la tierna carmelita. En ellos se rimaba las palabras “lluvia de rosas”. “Esta es la monjita que llaman “la santa de las rosas”. A cuento vino el recuerdo de Sor María Celina, la “Santa de los perfumes”. Margarita, ¿no quisieras ser tú como ellas?, le dijimos... ¿Yo santa? me contestó. No me halaga que me llamen santa ni me preocupa

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