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FLOR DE AZUCENA 105 A esta ocupación de escribir versos como bro- tes del pecho enamorado llamaba ella: “echar a Jesús las flores de su alma”. Hemos reconocido hartas semejanzas entre “esta flor de azucenas” y la Santita de Lexieux. También esta escribía poesías y echaba a Jesús “Jas flores de los pequeños sacrificios”. Era frase usual en la simpática carmelita: “ganarle con ca- ricias es como yo lo he conquistado” dice en His- toria de un alma, cap. XII — y así es también como le conquistaba nuestra Margarita. Cierto, hay que tener dulce osadía para decir a Jesús lo que ellas le decian. Bellos cisnes de cue- llo blanco y alma pura. Sus almas “petites ames” almas pequeñitas, por delicadas y tiernas pero henchidas de amor y confianza, iban viviendo el cántico espiritual, de San Juan de la Cruz, lleva- das no por la luna poética en barquilla de nácar empujada por mariposas, sino por la gracia en el ancho campo del cielo espiritual, al encuentro de su Amado. Todas las poesías de estas “estrellitas de amor” dan una luz propia que manan del corazón y nun- ca son más elocuentes que cuando dicen ternuras al Niño Dios. Los más bellos versos son sus almitas, pero estos son versos de Dios; versos hechos por el amor artista del cielo... No hay poema como el de su vida. Ese poema se escribe con sangre del corazón de Jesús, en el puro y Aa

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