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Y -— pocos momentos el principio de autoridad, haciendo que los periodos de anarquía sean siempre brevísimos. Esto es lo que se lla ma civilización y esta civilización es obra de la Iglesia. Sus enemigos no quieren creerlo así y le «disputan con tenaz empeño á esa Divina Ins- titución el título de civilizadora de las na- «ciones, llamando civilizados á aquellos pue- blos de los cuales ha sido expulsado el Dios de los cristianos ó no se ie ha admitido toda- vía; pero es evidente que padecen una lamen- table equivocación, primero, porque la civili- zación del mundo es un hecho grandioso fru- to de grandes ideas, y esas grandes ideas no las han traido ellos sino la Iglesia; y segundo, porque la historia demuestra de un modo concluyente que cuando la Religión Católica con sus dogmas se pone en el horizonte de un pueblo, aparece inmediatamente en. el la- do opuesto la faz siniestra de la barbarie. Al- gunos restos de civilización podrán quedar todavía, pero ni es aquella la civilización ver- dadera, ni tarda mucho tiempo en desapare- cer. Es como la luz difusa que permanece en la atmósfera después de ocultarse el sol de- trás de la montaña. Pronto viene la noche y las tinieblas cubren la tierra. Vea V., pues, después-de todo lo dicho, si puede un católico amar la civilización y glo- riarse de ella, y si tienen razón los enemigos de la Iglesia para decir: «Somos liberales porque queremos ser hombres de nuestro siglo, cultos y civilizados», cuardo preci- WA mo Los EP

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