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a nándo!a con los resplandores de un verdade- ro Sacerdocio; rompió las cadenas al esclavo y lo colocó á la mesa de su señor; suavizó las relaciones de las naciones entre sí en la paz y en las batallas; elevó la conciencia pú- blica á un grado de delicadeza inconcebible para aborrecer el desorden moral; infundió en el hombre el verdadero sentimiento de su dig- nidad; templó el rigor de la autoridad hablán- dola de los juicios de Dios, y alentó la debi- lidad del vasallo, predicándole la igualdad de los hombres en presencia de su Hacedor. En una palabra, abriendo ante el género humano horizontes inmensos, jamás soñados por él, le comunicó esa mirada sintética, esa impacien- cia sublime, esos grandes ideales donde ca- ben el cielo y la tierra, el mundo y Dios, esa excitación misteriosa propia del cristiano, que, sabiendo por la fé que el mundo y el Creador son para él, se remonta como el águi- la y aletea en todas direcciones, penetrando en esos dos abismos para medir sus profun- didades; y revelándole el dogma de la frater- nidad universal, creó 2n la sociedad ese sen- timiento humanitario que arde como lámpara inextinguible en medio de las naciones cris- tianas, esa propensión á la suavidad y á la elemencia que, en tiempo de grandes crisis, se interpone entre vencedores y vencidos, evi- tando el ensañamiento y la cruelda 1; ese des- velo que se advierte en las clases altas por mejorar la situación de las clases inferiores, esas formas corteses y urbanas, esa finura y delicadeza en el trato de los hombres entre M4, y ese amor innato al orden que salva en

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