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E tífico; en una palabra, las expansiones del espíritu humano, la libertad, como se dice por algunos? M.—No, señor; la Iglesia, condenando el Liberalismo, ha condenado los excesos de la libertad, oponiendo un dique á su empuje arrebatado, Ó conteniéndola con un freno, «como hace el jinete con el caballo cuando se lanza desbocado á la carrera; pero el progre- so y la civilización jamás los ha condenado; quien dijese lo contrario daría muestras de ser un malvado Ó un ignorante. ¿Cómo ha de reprobar la Iglesia la civilización si ella es la que ha civilizado el mundo, y no hay en él un palmo de tierra iluminado, que no haya sido iluminado por ella? El eco de su vez salvadora ha resonado en los espa- cios y su luz se ha extendido por los horizon- tes, y en los espacios donde no ha resonado su voz, reina el silencio de la tumba, y en los horizontes que no han recibido su luz, se hallan tendidas las sombras de la muerte. Ella ha sacado del fondo de la obscuridad en que yacían todas las grandes cuestiones que agitaban á la humanidad ; álas cuales se acercaban los genios más poderosos de la antigiiedad, como quien se asoma á la boca de un abismo. La existencia y la naturaleza de Dios, el origen del mundo, la espirituali- dad é inmortalidad del alma, la existencia de premios y penas para los justos y pecadores, tremendos problemas que son para el género humano cuestiones ¿de vida ó muerte, y que, Sin embargo, permanecieron sin ser resueltos en el mundo pagano, que, ó los negaba ó los 'Ñ CPT ÍA 1 pr ne a Ar Fi, ra RAI

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