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Ms D.—Y sin embargo, vea.V., e vulgo ape- llida liberales á todos los afiliados á partidos que lleven escritos en los pliegues de su bandera los errores modernos. M.—Pues el vulgo se engaña en su apre- ciación y en su calificativo; quizá no fuera aventurado el afirmar que los dos tercios de la masa que se agrupa en torno de un progra- ma liberal tiene tanto de liberales como V. de Arriano y yo de Calvinista. Basta haber fija- do un momento la vista en la naturaleza del hombre para comprender, que los vicios in- vaden el corazón mucho antes que los erro- res oscurezcan el entendimiento, y que mu- chos de esos individuos á quienes el mundo llama liberales, no lo son en el sentido teoló- gico de la palabra. Son unos pobres pecado- res á quienes la ambición, los compromisos, el afán de adquirir ó conservar riquezas etcé- tera, mantienen adheridos á un partido con cuyas ideas no están conformes y sin embar- go trabajan por su triunfo, observando una conducta contra la cual se ven quizá obliga- dos á oir en el fondo de su conciencia terri- bles gritos de protesta. D.—De lo dicho por V. parece deducirse que no son liberales en el sentido condena- do por la Iglesia, y que podemos por consi- guiente ayudarles y sumarnos á ellos. M.—Esas palabras son ambiguas, y con- viene aclarar su sentido. Los errores de esos señores no han sido condenados por la Igle- sia, porque suponemos que no los tienen; pero la Iglesia ha reprobado su conducta por anticristiana y causadora de grandes males

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