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e acercarse á profanarlas, pueblo dotado de temple enérgico, criado entre el ruido de las batallas, empuñando una bandera cien veces oreada por el huracán de la persecución, acostumbrado á ahogar en sangre á los ene- migos del Altar y que, después de volver vic- torioso del campo de la lucha, limpiaba tran- quilamente sus espadas, y se postraba ante ese mismo Altar, convertido de león terrible y rugiente en cordero mansísimo, que se in- clina y se pone á descansar á los pies de su pastor, ¿quién lo ha reducido á ese estado de abatimiento y postración religiosa, suficientes para ver ya sin admiración y con poco dolor, pasearse triunfante la herejía por esos mis- mos campos y por esas mismas ciudades que guardan las cenizas de millones de españoles, que murieron luchando contra ella? El Libe- ralismo. Y ¿quién será el responsable si, mer- ced á ese desenfreno en la propaganda de ideas inmorales, antisociales é impías, apro- bada, protegida y fomentada por los liberales, llega un día en que el número de apóstatas y revolucionarios es suficiente para formar un pueblo más fuerte que el civilizado, y, arro- jándose de improviso sobre esas cuatro na- ciones latinas, que en -otro tiempo fueron cuatro templos magníficos de la Divinidad, tos convierten en sepulcros gigantescos, des- tinados á guardar, envueltos en eternas ti- nieblas y en silencio eterno, los restos de una generación que se olvidó y renegó á un mis- mo tiempo de su fé y de su historia? El Libe- ralismo. Ese gran acontecimiento histórico, la decadencia religiosa de Europa, y prin-

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