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a las blasfemias, las devastaciones, los escom- bros y las lágrimas iodo queda satisfactoria- mente explicado, ¿Quién ha conducido al heróico pueblo francés hasta la boca del abismo de la incredulidad, condenándolo á ver suprimida su legislación católica, obscu- recida la gloria de la nación y puestos al frente del Poder hombres impíos, enemigos personales muchos de ellos del Dios de la patria, á pesar de los esfuerzos inauditos de millones de católicos, dignos de los prime- ros tiempos de la Iglesia, y de ese ilustre y activísimo clero, y, sobre todo, de ese valien- te episcopado orgullo y admiración de Euro- pa? El Liberalismo. ¿Quién ha hecho de ese brillante, y por tantos títulos gloriosísimo en otro tiempo, reino de Italia, tierra clásica de la santidad, un foco tenebroso de masones y anarquistas que han jurado no dejar del edi- ficio religioso piedra sobre piedra? El Libera- lismo. ¿Quién ha apagado los resplandores vivísimos de la fé católica en la nación por- tuguesa, convirtiéndola en tierra inhospitala- ria para los predicadores del Evangelio, allí donde se mecieron las cunas de centenares de hérces que, en unión con los hijos de Es- paña, conquistaron para Jesucristo en el siglo XVI un mundo nuevo? El Liberalismo. ¿Quién ha reducido á esa misma España, nación glo- riosisima, en cuyo suelo vivían poco ha diez y ocho millones de adoradores de la Cruz que, como los sesenta fuertes el lecho de Sa- lomón, custodiaban ellos el rico tesoro de sus creencias, dispuestos á abrirle la tumba al primer impío advenedizo que intentase

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