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DO sempiterna morada, basta que ella se presen- te en una nación para que queden resueltos de un golpe centenares de problemas insolu- bles para los sabios, basta que ella desapa- rezca, para que se vaya con ellala luz y vuel- van las tinieblas. En lo más escondido de su Santuario, allí 4donde nohan!legado ni llega- rán jamás las olas de las tempestades del en- tendimiento, cien veces más temibles que las tormentas de la mar, allí donde se respira la calma infinita de las cosas inmutables, con- serva en estado inmaculado, puro, intacto, el libro de la ciencia divina, ese libro que ense- ña el camino que conduce á Dios y el cami- no que conduce al abismo del crimen. Los principios de derecho natural que el género humano pierde ó adulteralos mantiene ella en todo su esplendor, tal como brotaron del se- no de Dios, y los explica ; no puede equivo- carse al explicarlos, y los comenta y sus co- mentarios son infalibles, y los coloca como piedras miliarias en la senda que los pueblos han de recorrer y ¡ay de los pueblos qué, alu- cinados por doctrinas que no han bajado del cielo, se empeñan en penetrar por una senda distinta de la que la Iglesia Católica les ense- ña! Su fín trágico está ya escrito en la histo- ria. Comenzarán por abrazarse con la inme- raiidad, perderán luego la paz, entrarán des- pués en un periodo de salvajismo oculto con los resplandores de una falsa civilización, y acabarán por caer, sin honra ni fé, en las ma- no3 de los revolucionarios. La Iglesia en el orden religioso y en el er- den moral es infalible é impecable, no como

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