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E abandona el barco, confiando á los huraca- nes el cuidado de conducirlo al puerto. Y no negamos con esto la licitud del su- fragio universal considerado en sí mismo, y hasta la utilidad de su aplicación en algunos casos; ni decimos que el Poder civil no pue- da lícitamente elaborar la Constitución y las leyes con que el pueblo se ha de regir pi- diendo su voto á todos los ciudadanos, ni sostenemos que estos ciudadanos llamados á cumplir ese deber sagrado hayan de ser infa- libles é impecables, y quelas leyes no tengan fuerza de obligar hasta que el pueblo posea esas dos cualidades que jamás ha de tener; lo que defendemos y afirmamos con la Santa Iglesia Católica es que sobre los pueblos y sobre los reyes, sobre las monarquías y las repúblicas que, por no ser infalibles ni impe- cables, pueden llegar á entronizar en la cum- bre del Estado la impiedad en vez de la jus- ticia, hay una norma superior, inmutable y sagrada que comunica cierto carácter augus- to á la palabra del soberano, convirtiéndola en regla de las costumbres que ningún vasa- llo puede ya lícitamente quebrantar. ¿Cuál es esa norma que santifica las leyes y dónde se encuentra? El legislador, sea uno ó múltiple, que trate de imponer su voluntad á las multitudes pa- 2 ATA

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