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E, - ¿0 * edificios de la villa de París, obligada á ver con sus propios ojos en pocos días morír á sus hijos más ilustres y bajar al mismo rey de su trono para subir al patíbulo alzado por la Revolución; que fué, no un pueblo, sino la humanidad entera la que apostató en ma- sa de la verdadera Religión, y, por consi- guiente, de la verdad, obligando á Dios á llamar al océano y mandarle salir de su lecho eterno, para ahogar al género humano en sus olas amargas; y sobre todo, ha olvidado ese acontecimiento histórico, la prueba más pal- pable de la facilidad con que una multitud abandonada á sí misma se convierte en ins- trumento de grandes catástrofes; ha olvidado que fué un pueblo, orgulloso con una sabi- duría y una rectitud que le faltaban, quien puesto ante el que es la misma Santidad, lo confundió con un criminal común y, por me- dio de una manifestación tumultuosa, pidió la muerte del Salvador del mundo gritando desde la plazuela «¡Sea crucificado»! ¡Cuán- tos pecados análogos á este pecado lleva cometidos por este mismo procedimiento el Liberalismo en los cien años que cuenta de existencia sobre la tierra! El que afirma que las leyes que el pueblo pide por sí 6 por medio de sus representan- tes tienen por ese solo hecho fuerza de obli- gar no sé si seequivoca ó es que se burla de larazón y de la historia. El hacer al pue! lo juez inapelable, el constituirlo en último tribunal es una locura parecida á la de! marinero que, puesto en la mitad del mar que comienza ya á removerse por la tormenta, deja el timón y

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