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Bos comunicable de Dios, el origen de la autori- dad. Ha olvidado que los grandes crimenes que registran los anales del género humano se deben á grandes mayorías, á pueblos en- teros; que fué un pueblo el que quiso dete- ner en su marcha victoriosa á la Cruz de Je- sucristo haciendo resonar en todos los ám- bitos del Imperio romano aquella famosa sentencia de muerte «¡Los cristianos á las fieras!»; que fué otro pueblo el que, abando- nando las selvas que le servían de vivienda, cayó como un torrente desbordado sobre la hermosa Península Ibérica en el siglo V y destruyó en un momento hasta el último ves- tigio de la civilización y del progreso con la misma facilidad con que un peñasco des- prendido de la montaña, bajando en precipi- tada carrera, hace añicos y dispersa por el aire, convertida en polvo, una ánfora artísti- ca y llena de piedras preciosas colocada en la pendiente; que fué otro pueblo, innumera- ble como las arenas del mar, cruel como las fieras de sus desiertos, misterioso como el verdugo creado para sacrificar, encendido en las llamas de un fanatismo feroz, el que inva- dió otra vez el suelo español y edificó Mez- quitas á Mahoma con sillares arrancados al Santuario de la Divinidad; que fué otro pue- blo el que profanó las cosas santas, enrojeció las aguas del Sena con sangre de mártires, convirtió el templo de Dios vivo en pedestal del crimen y el templo de las leyes en caver- na de bandidos, mientras caían convertidos en escombros ó se elevaban en forma de enormes pirámides de llamas los crandes

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