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— 40 — por la misma autoridad, de perder para siem- pre su felicidad eterna. No, y mil veces no. La inteligencia delinque. La ley civil debe perseguir á los propagadores de ideas irre- ligiosas como «se persigue á los criminales comunes y debe castigarlos como se castiga á los estafadores y asesinos. Salvo el caso de hipótesis, cuyo momento no á los Gobiernos sino á la Iglesia toca declarar, la intransigen- cia oficial con el error debe ser el primer ar- tículo en la Constitución de un pueblo, artí- culo que debe ser defendido y conservado con más empeño todavía que la gloria de la patria y que la misma unidad nacional, por- que, además de ser el único medio eficaz pa- ra evitar las revoluciones, es una gravísima obligación que el Estado tiene para con la sociedad, cuyos supremos intereses no se ha- llan en el planeta donde vive sino en Díos á donde llega por medio de la religión verda- dera. Y con esa ley que debe serinmoble en el Derecho público de la nación y que solo cir- cunstancialmente y para evitar gravisimos males puede desaparecer, nada tienen que ver el movimiento científico ni las maravillas del progreso. La verdad católica es la vida de las naciones como es la vida de cada individuo en particular, y jamás puede ser necesario ni el morir ni el ponerse en peligro de muerte para progresar. La verdad católica es inmu- table, tan inmutable como cualquiera de los enunciados de las matemáticas ó de la meta- física, y el conceder á los ciudadanos la li- bertad de negarla y de perseguirla fundándo-

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