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Mis dimiento á la verdad desposándolo con ella Ó haciéndole girar en torno suyo como un pla- neta en derredor del sol. Otro aspecto de más actualidad y por con- siguiente más importante ofrece la cuestión de que estamos tratando. El defender el error y mucho más el difundirlo en la sociedad son faltas morales que deben encontrar y encuen- tran su sanción en el tribunal divino. ¿Deben hallarla también en los tribunales de la tierra? El hombre se hace delante de Dios reo de un pecado cuando mancha con un error esa por- ción nobilísima de su ser destinada á recibir la verdad. ¿Es reo tambien ante la ley civil de un delito que deba ella castigar? Ó ¿es cierto por el contrario, como dicen algunos, que <la inteligencia no delinque?» Entre los llamados intelectuales son hoy muchos los que tienen formada del Poder ci- vil una idea tan inexacta que le niegan la obligación de intervenir precisamente en lo que constituye la vida Ó la muerte de los pueblos, la verdad y el error. Para ellos un Gobierno puede mirar con indiferencia que la verdad religiosa sea reina Ó esclava, avan- ce ó retroceda, brille esplendoiosa en el cielo de la patria ó desaparezca en su horizonte para siempre. Diríase que el Poder público en su opinión no tiene otra misión que la de

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