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Y pueblo pagano ni cristiano que, después de conocido el mal y el error, los haya aclama- do diciendo oficialmente por medio de los representantes de la autoridad «¡Es lícito el error; es lícito el mal!» Estaba reservada semejante prostitución de la naturaleza humana al mundo moderno, lla- mado (no sé si por burla) mundo civilizado. En efecto; él fué quien á últimos del siglo diez y ocho, sobre un montón de ruinas amontonadas en la nación francesa por la justicia de Dios, alzó la primera cátedra de la nueva herejía declarando desde allí los dere- chos del hombre; y los derechos del hombre ¿sabe V. cuales eran? Pues eran el derecho al error y el derecho al crimen «¡Sois libres!» dijeron á las naciones aquellos prohombres de la nueva era, y, semejantes al pueblo ju- dío, apóstata al pié del Sinaí, fundieron el error y el mal en un solo becerro de oro y lo presentaron al mundo católico diciendo: -¡Re- niega del Dios de tus padres! Este es tu Dios, Israel, que te sacará del cautiverio de Egípto y te introducirá en el campo del progreso y de libertad que es para tí la única tierra de promisión!» Y las naciones modernas prestaron oidos á ese grito de independencia que tiene tanto de bárbaro como de inmoral; y hoy tiene el error en el mundo civilizado tronos y altares, y millones de vasallos y adoradores; es decir, que lo que antes se consideraba como una desgracia ó un crimen, hoy constituye la glo- ria de los pueblos cultos, la mayor de las conquistas del progreso. Y en conformidad

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