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> reció, y, merced á una desobediencia crimi- nal, se dejó ver por primera vez en el mundo «el mal moral, y en pos de él el error, y luego como cortejo inseparable todas las calamida- des. El género humano, maldito ya en su ori- gen, aceptó la herencia de sus padres, miró al mal y al error con ceñudo rostro y, á pe- sar de llevarlos latentes en su misma natura- leza, en la sangre de sus venas, invocó la ayuda de su parte superior y les declaró eter- na guerra. Deliraba y se separaba de la ver- dad, pecaba y se apartaba del bien, pero él mismo maldecía sus errores y sus crímenes, diciendo con San Pablo «No hago el bien que amo y ejecuto el mal que aborrezco»., Esta es la historia del hombre. lustre via- jero que salió de Dios para volver luego á El, despues de atravesar el desierto de la vi- da, manchó en el camino su voluntad con el pecado y su entendimiento con toda clase de delirios: pero cábele la honra de poder decir que ha guardado en el fondo del alma un anatema para el error, y otro anatema más indignado todavía para el crimen. Los ha re- batido en sus libros, los ha ridiculizado en sus cátedras, los ha castigado en sus códigos y, si esto no ha bastado, ha alzado para ellos un deshonroso patíbulo. Naciones hubo y las hay todavía que, apartadas de la religión ver- dadera, astro brillante en torno del cual gi- faban en otro tiempo recibiendo de él luz, calor y movimiento, han profesado los ma- yores absurdos en el orden de las ideas y las mayores infamias en el orden de las costum- bres; nero no se citará el caso de un solo

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