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— 242 — nante que creyese lo contrario daría 4 enten- der que ni sabe lo que la sociedad necesita para vivir, ni sirve para regir sus destinos. El hombre de Estado que ahoga en el pue- blo las virtudes cívicas por medio de leyes liberales, y cree sin embargo que ha adelan= tado porque el pueblo, en vez de virtudes, posee maravillosos artefactos, es un médico que, después de arrancar el corazón al enfer- mo, lo viste de flamante seda y lo levanta, ya cadáver, diciendo á los circunstantes: <¡Mi- radlo que elegante! ¡Viva la medicina!» Conviene hacer constar además, que es falso que en el Liberalismo se encuentre el origen del admirable desarrollo de las cien- cias naturales que estamos presenciando. Verdad es que, aprovechando vosotros el entusiasmo producido en el mundo civiliza- do por los resplandores repentinos que co- menzaba á despedir la creación material, ro- deada hasta entonces de un misterio impe- netrable, envolvisteis con suma habilidad en aquellas luces vuestra negra bandera, preten- diendo de este modo hacer simpática vues- tra primera presentación en el escenario de Europa, y diciendo á los pueblos: «Somos li- berales, somos progresistas, este es nuestro programa redentor!»; y al ciudadano que, gra- cias á su talento ó al instinto de su fé, distin- guía perfectamente lo hermoso de lo vil y E a

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