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— 232— da de nieve, sino con la grandeza de un po- zo profundíisimo al cual se asoma el filósofo, retirándose luego espantado al no distinguir su fondo. La historia de la aparición de esa herejía en Europa podría redactarse en estas breví- simas palabras. Deslumbrados con las ideas de emancipa- ción y dignidad, de ilustración y de liberti- naje intelectual, confundidas en vuestros en- tendimientos como si fueran en realidad una misma cosa, os aczrcasteis á la Iglesia Cató- tólica y le dijisteis; «¡Queremos libertad! ¡Va- mos á dar á los pueblos libertad!.» «¿Qué li- bertad es esa?» os contestó la Iglesia, esa bondadosa madre que abolió la esclavitud. ¿La libertad del bien? ¿La libertad de la ver- dad? ¿La libertad de la ciencia? Diez y ocho siglos ha que los pueblos cristianos están en osesión de esas libertades conquistadas por rucristo y defendidas por mí.» «Pedimos para las naciones modernas la libertad del errcr, replicasteis vosotros; es indigna de los pueblos cultos esa tutela intelectual, enojosa y humillante que estáis sobre ellos ejercien- do. Es necesario romper esa cadena que los envilece y abrirles todos los horizontes para que extiendan sus alas y se ciernan con li- bertad aunque sea sobre los abismos. ¿En qué fundais el derecho de limitar con vues- tra autoridad los espacios intelectuales, di-

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