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— 227 — las amarguras que el Liberalismo hizo derra- mar y sufrir al santo Pontífice Pio IX; la al- tísima vigilancia y paternal solicitud de León XIII: la ardentísima caridad, fecundisima ini- ciativa y actividad prodigiosa de Pio X; las oraciones oficiales de la Iglesia, las oOracio- nes particulares de millones de almas inma- tuladas consagradas al Señor; el celo incan- sable de tantos Obispos, á muchos de los cua- les ha ceñido á sus frentes el Liberalismo la aureola de un lento martirio; la sangre derra- mada por miles de víctimas puras en la Re- volución francesa por no adorar á la Bestia; la labor intelectual y apostólica, abrumadora y portentosa de las órdenes religiosas, para defender á la Iglesia Católica de los ataques de la impiedad; la mu'titud innumerable de actos de heroismo, realizdos quizá sin más testigos que Dios y su concienci; por el cle- ro secular, reducido á una vida de sacrificio moral y material por los Gobiernos liberales en casi todas las naciones, y esa batalla te- rrible que están dando al Liberalismo en to- dos los pueblos católicos esas masas reful- gentes y aguerridas de antiliberales, batalla penosisima para el cuerpo por lo continuada, y llena de amargura muchas veces para el alma por la esterilidad de sus resultados ¿Quién sabe, digo, si ese enorme contingente de actos de amor, de esperanza, de abnega- ción y de caridad fraterna realizados con el fin de aumentar la gloria externa de Dios y evitar la extinción de la fé, no conseguirá hacer descender á Dios del cielo y, aunque no por los merecimientos del mundo liberal

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