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— 226— las leyes de la lógica. Es posible, sin embar- go, que aparezca un elemento nuevo que cambiaria por completo la solución del pro- blema: La misericordia de Dios. ¿No le pare- ce á V. que se ofrece aquí un poderoso mo- tivo de esperanza? M.—Efectivamente, tiene V. razón. Es un extremo con el cual no había yo contado hasta ahora. ¡La misericordia de Dios! El co- razón se dilata al pronunciar esas palabras á las cuales están ligadas centenares de ideas, todas sublimes y todas consoladoras. La Cruz, el Santísimo Sacramento, el cielo son obras suyas. ¿Quién sabe si ese Dios miseri- cordioso que salió al encuentro del género humano para salvarlo con su sangre y civili- zarlo con su Evangelio, que purificó nuestro planeta, manchado de crímenes, convirtiéndo- lo en urna sagrada suspendida en los espa- cios para guardar el Cuerpo Santísimo de su Hijo, y que ha preparado para la humanidad entre las estrellas una brillante habitación, donde se da como alimento infinito y eterno á ese apetito inmenso de verdad y de amor que hay en todos los hombres, no se compa- decerá de ese mundo civilizado y, acudiendo á uno de esos med'os eficacisimos que el hombre no puede prever, y, rompiendo con todas las leyes de la historia, sujetas por un momento al imperio de su añior compasivo, se dejará ver sobre este mar de tormentas para calmarlas, en aquel preciso momento en que á los ojos de todos es infalible € inmi- nente el naufragio? ¿Quién sabe si las lágrimas, el destierro y

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