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A Este apasionamiento por el Liberalismo que llega á sobreponerse en los liberales al mis- mo instinto de conservación social, y hasta individual, constituye una abcecación tan inaudita, que, para expresarla en toda su in- tensidad, sería necesario calificarla de un ver- dadero caso patológico, si no supiésemos de antemano que estas monstruosidades de la libertad y de la razón humanas tienen su ver- dadero origen en un orden de cosas más ín- timo y transcendental, Son muchísimos los liberales que no están dispuestos á dar la vida por Dios, y están dis- puestos á darla por defender su Liberalismn, á pesar de que no ignoran la terrible sorpre- sa que, como sanción irrevocable, debe reser- var Dios en la eternidad á un hombre que ha aceptado la muerte, antes que abrazar la doc- trina de la Iglesia. Digaseme si un error tan profundamente arraigado en la sociedad pue- de desaparecer de otro modo que abrasado por un diluvio de fuego. + se. ¿Es aventurado el afirmar que, si sigue el Derecho nuevo informando las leyes, una gran revolución social ha de llegar infalible- mente? No, porque la propaganda irreligiosa, fomentada por ese Derecho nuevo, apaga la fé en los pueblos cristianos, y áun pueblo sin fé en la otra vida, lo primero que se le ocurre es proporcionarse la felicidad en esta, comenzando por quebrar el yugo de la ley,
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