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— 212— cunda como el principio liberal. Ni los em- baucadores que nos ofrece la historia del mundo antiguo, ni Arrio, ri Nestorio, ni Fo- cio, ni Mahoma, ni el mismo Lutero propaga- ron doctrina tan disolvente, tan revoluciona- ria, tan preñada de tempestadas como los li- berales. a *e Esos hombres grandes, con la grandeza de ángeles caidos, que han conseguido separar por unos momento á un pueblo entero de los caminos de la justicia, enloqueciéndolo con una doctrina seductora, aparecen á nues- tros ojos como titanes esforzados, que derri- ban en pocas horas, ayudados de una turba de insensatos, el edificio de verdades, de vir- tudes ó de progreso levantado por unas cuan- tas generaciones á costa de grandes sacrifi- cios; pero siempre han dejado en pié alguna columna fundamental en la cual pudiese apo- yarse la sociedad para no perecer del todo. Arrio, Focio, Nestorio, desgarraron con ma- no sacrilega la túnica inconsútil de la Iglesia Católica; pero daban por supuestos y dejaban en salvo en sus respectivos cismas y herejías el dogma de la creación, de la Santísima Tri- nidad, la existencia de Jesucristo y una por- ción de vercdaes más. Mahoma conturbó la tierra, esparciendo por ella un aluvión de fa- náticos que convirtieron en ruinas imperios y ' ciudades; pero en la bandera de ese hombre destructor se encuentran escritos los dogmas
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