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— 210 — sea un mito la autoridad y otro mito la ley, para que puedan despreciar la primera sin escrúpulo, y conculcar la segunda sin rubor; hombres para los cuales no signifiquen nada ni el nombre de Dios, ni el nombre del Ce- sar, ni el trono, ni el palacio, ni el altar, ni el juez, ni el magistrado, ni la Cruz, ni la ban- dera, para que en un día determinado se aba- lancen como leones á destruir parte de esas cosas y profanarlas todas, y que en medio de las tinieblas y de la matanza, erguidos sobre la sangre y sobre las ruinas, suelten la carca- jada, diciendo: «¡El mundo es nuestro! ¡Viva la libertad!» ] Estos han de ser los soldados de la Gran Revolución, los que han de acabar en pocas horas con el Liberalismo doctrinal, y estos soldados infaliblemente los formará el Libe- ralismo del cual han de ser verdugos, pero estos soldados indudablemente no los ha for- mado en número suficiente todavía. + Fo» D.—¿Cuándo cree V., pues, que llegará esa hora, que va á s>r, según parece, la hora de las grandes enseñanzas? M.—Hay en casi todas las naciones un número respetable de católicos fervorcsos que nasan la vida luchando por su fé, un cor- to número de sectarios que viven luchando contra ella y una inmensa multitud de católi- cos tibios Ó indiferentes que no toman parte en la lucha, es decir, que no tiran contra el
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