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TE ga ni el estruendo de las revoluciones parciales bastan á dar á conocer los estragos que en- cierra en su seno el principio liberal, esa Re- volución, digo, vendrá pero tardará todavía en llegar. D.—¡Pues no parece que es esa la opinión del vulgo, ni aún de los ilustrados! Frecuen- temente leemos en los periódicos y Revistas: ¡Viene la Revolución! ¡La Revolución llega! «¡Estamosen vísperas de la Gran Revolución!» ¿Qué dice V. á esto? M.—No son los periodistas, cuando escri- ben como tales, los llamados á resolver esta cuestión. La prensa periódica, y sobre todo la prensa diaria, vive ordinariamente de pe- queñeces, porque los grandes sucesos no tie- nen lugar todos los días. Para un periodista, el estallido de una bomba en Barcelona, el asesinato de un personaje de orden en Viena ó en París, el movimiento agitado y amena- zador de una huelga son acontecimientos co- losales que le conmueven profundamente; al leerlos en el diario de gran información, pa- récele percibir ya con sus oidos el ruido de las pisadas de los caballos de Atila, y, obse- sionado con ésta idea apocalíptica, toma la pluma y se pone á redactar, nervioso, para su periódico un artículo de fondo con este títu- lo: »¡La Revolución se acerca!» Y sin embar- go no hay tal cosa. Lo que hay es que el pe- riodista vive en el mismo campo de batalla, y en el campo de batalla un disparo de fusil que suena cerca de los oidos hace el efecto de un cañonazo. Si los periódicos se escribiesen una vez

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