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a Yi de dejarle á V. é irme á mi habitactón y allí po- nerme á hojear las páginas admirables de la Summa ó de El Genio del Cristianismo, 6 abandonarlo todo y salir á dar un paseo por el bosque. Esta libertad la siento yo, y estoy cierto de ella como estoy cierto de la realidad de mi existencia. No hay filósofo en el mun- do que pueda convencerme de lo contrario. Por otra parte, los absurdos que se siguen de negar la libertad del hombre son de in- mensa trascendencia. Si el hombre no es li- bre, queda de un golpe-suprimido para él ei orden moral, que se apoya precisamente en la libertad. Desaparecen la noción de autori- dad y la ideas de leyes, preceptos, consejos, reprensiones, premios y penas, y asi, con sola esa negación, cae el hombre de la región sublime de los espíritus al lugar ínfimo de los animales irracionales que tienen por única re- gla en sus operaciones el instinto y el ape- tito. D.—Entendido. Y ¿es la Iglesia Católica enemiga de esa libertad como dicen algunos? M --No señor, 1.” porque la libertad es una verdad y una verdad fundamental, como que es la base del mundo moral, y la Iglesia no es enemiga sino depositaria de la verdad. 2.” Lejos de ser enemiga de la libertad, ella la ha defendido mil veces de los ataques de los herejes é impios, conservando exactísima é incólume su noción á través de los siglos. 3.” La Iglesia, por medio de sus Sacramentos y de su doctrina, hace descender del cielo so- bre los hombres la gracia de Cristo que per- fecciona la libertad. 4.2 En el campo católico
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