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TM ne el jefe del partido, de acuerdo con las ins- trucciones del Sumo Pontífice y de su Pre- lado? ¿Quién no puede en la conversación alabar los actos y las campañas de nuestros escritores, Senadores y Diputados? ¿Quién no puede hacer propaganda de los periódicos antiliberales, recomendando su sana doctrina y la sensatez de su información? ¿Quién no puede vituperar públicamente el Liberalismo y sus consecuencias? ¿Quién no puede des- preciar y trabajar porque desprecier los de- más á los escritores de novilas, historias y artículos liberales, sacando á luz su anticato- licismo, sus defectos literarios y hasta los de- fectos personales de sus autores, si esto es necesario para desprestigisrlos ante el pue- blo? ¿Quién no puede defender al Clero, ha- blar con reverencia del Sumo Pontífice y de los señores Obispos y publicar los méritos y los actos heróicos que realizan los individuos de las Ordenes religiosas? Y sobre todo, ¿quién no puede dar buen ejemplo? Pues hay que advertir, que vivimos en tiempos de lu- cha universal, poro al mismo tempo tan in- divi” ual, que á veces un solo hombre, sin formar parte del Poder público, suele influir de un modo decisivo sobre acontecimientos de caracter general. Una campaña periodísti- ca sostenida por un solo escritor ha derriba- do á veces un Ministerio. Debe, pues, el ca- tólico, si no quiere ser traidor á la Religión que profesa, utilizar todo lo que tiene, lo que puede y lo que sabe en defensa de esa Reli- gión, hoy tau combatida.

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