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a cil en este siglo de rebeldías, porque vivo in- timamente persus dido de que el sol de verdad no se pone jan ás en el horizon alma humiide. Forimule V., pués, cuantas pre- guntas quiera con entera libertad, D.—¡Libertad¡ ¿Qué cs libertad? He ahí la gran cuestión que se encuentra en el vestion- lo de ese anfiteatro de luchas sangrientas. Por ahí desearía yo que empezase V. M.—El hombre es un ser racional creado para servir á Dios en esta vida y después de su muerte gozarle en la otra. Es libre; es de- cir tiene la facultad de elegir entre dos Ó más medios buenos Ó indiferentes el que más le agrade para conseguir su fín. En eso consiste la libertad. Es la facultad de hacer el bien, la facultad de perfeccionarse, ejecutando tibre- mente aquello que manda ó no prohibe la ley. La existencia en el hombre de esta precio- sa cualidad es cierta y evidente. La filosofía demuestra que el único objeto que mueve ne- cesariamente la voluntad es el bien sumo, donde ¡o se halle mezcla de mal alguno; más como los bienes de esta vida, por su limita- ción y mezcla de males, distan mucho de po- seer esa perfección, se deduce que respecto de ellos debe ser libre la voluntad. La experiencia viene á confirmar esta con- clusión de la dynamilogía. En efecto, el hom- bre se siente libre. Una voz poderosa oye dentro de su espíritu que le dice que lo es. Yo, por ejemplo, que me encuentro en este momento conversando con V. puedo hablar aprisa Ó de p cio, levantar ó bajar la voz,
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