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— 175 — deja á la mitad de sus habitantes fuera del Santuario. El Norte de Africa, tierra clásica de santos y mártires en tiempo de S. Cipriano y S. Agustín, es hoy una inmensa mezquita lle- na de adoradores de Mahoma, ¿quién sabe el camino que seguirá el Evangelio si Europa continúa pagando con ingratitudes el benefi- cio de la sangre divina que Dios derramó pa- ra redimi:la? Todo es movible en el género humano, y nada de lo que hay en él sirve ni puede servir de norma de las costumbres que además de ser santa, tiene que ser inmutable. Lo único que no se muda es la palabra de Dios que la Iglesia conserva y explica al mundo, y lo único que no puede suceder es que la Iglesia se engañe cuando muestra á las naciones la senda que deben seguir para conservar su fé y su civilización. Apoyado en la cúspide de una torre gigan- te clavada en la orilla del mar se vé el faro luminoso, siempre límpido, refulgente, despi- diendo sin cesar rayos de luz. Es la imagen de la Iglesia Católica. Símbolo perfecto de la humanidad, á sus pies se halla el Océano, Ora oscuro, ora resplandeciente, unas veces aplacado y otras iracundo, pero siempre mo- vible y siempre misterioso.

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