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JW taciones ó tendencias liberales, las campañas liberales, etc., etc., todo eso, formalmente con- siderado, es decir, en lo que tiene de Libera- lismo está infaliblemente, irreformablemente y perpetuamente condenado, Tan inmensa y abrumadora es la fuerza de esta verdad, y tal caracter de inmutabilidad tiene, que los mismos Sumos Pontífices que condenaron el Liberalismo estaban obligados á creer que era malo el Liberalismo que ha- bían condenado, y no podían declarar ya ja- más lo contrario. El Sumo Pontífice cuando califica solem- nemente una doctrina tiene una asistencia particular de Dios para que no pueda decir más que la verdad, y después que la ha cali- ficado está obligado á creer como el último de los fieles que Dios le asistió y que, asisti- do por El, fué la verdad la que brotó de sus labios ¡Vea Y. sobre qué fundamentos tan fir- mes descansa la Iglesia Católica! Supuestas estas verdades, es facil, si no resolver la cuestión planteada, señalar por lo menos la línea de conducta que debe se- guir un católico en vista de esa amalgana de actos de piedad y de Liberalismo, que se observa hoy en el mundo. Se trata aquí de resolver una cuestión práctica y debe procederse como en las cuestiones especula- tivas. Un filósofo se halla en posesión de este

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