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— 163 — orden para contener esa avalancha de nuevos salvajes que van á dar al traste con todos los elementos de progreso acumulados durante varios siglos. Se imponen medidas enérgi- cas, sangrientas, si es necesario, sin consi- deración ni atenuaciones. Preferible es que mueran unos cuantos miles de hombres bajo elpeso de la ley, antes que consentir que crez- can en número y en fuerza y, apoderándose de la propiedad individual, derriben el edifi- cio social, sin dejar de él piedra sobre pie- dra». ¡Vergonzoso contraste! ¡Fortaleza para de- fender su casa y debilidad para defender la casa de Dios! ¡Para esos católicos, si no teórica, prácticamente, significan más la ma- teria bruta que las ideas religiosas, sus ri- quezas que las almas, sus comodidades que la gloria divina. Verdad es que ese trastorno moral es de tal naturaleza que el castigo va siguiendo los pasos á la culpa. Cuando una nación abandona el Santuario á las iras le la Revolución, poco tarda en oir llamar á sus puertas, exigiendo sus riquezas, á los mismos salvajes que poco antes parecían contentarse con la sangre del Justo. De la revolución reli- giosa á la re -olución social no hay más que un paso, y un pueblo sin fé ni esperanza sue- le andarlo en muy poco tiempo, quizá en un solo día. Ese proceso revolucionario obedece á las leyes de la lógica y además, á mi modo de entender, á una disposición providencial de Dios: «Mi casa está abrasada, parece que dice en esos momentos críticos de la historia; yo no tengo Tabernáculo en que habitar y ¿los

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