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— 157— sas. Y esta persecución debe ser continuada, y á menudo sangrienta. En una generación vi- ciada en su origen y propensa á la sensuali- dad y á la rebelión, imposible que no haya muchos individuos que rechacen esa religión, que comienza por imponer un freno á todos sus apetitos. Dado este paso, la misma ver- gúenza de no haber sabido elevarse sobre sus pasiones engendra en ellos una envidia y un odio mortal contra los católicos sumisos al yugo de la religión y sublimados por él, y, como no cuentan con la fuerza de la verdad para hacerles la guerra, apelan á la calumnia, al insulto y frecuentemente al atropello mate- rial. He ahí la verdadera razón de este fenó- meno Los primeros disidentes dieron muer- te á Jesucristo, el fundador de esta religión divina, y aquella raza blasfema y manchada de sangre no ha concluido todavía. Ni puede concluir jamás porque esa religión es inmor- tal, y si esa raza concluyese, sería señal se- gura de que la religión de Jesucristo había muerto. Cuando llegue pues á sus oidos la noticia de un atentado, profanación ó salvajada por parte de los enemigos ue la Iglesia, ó el cla- mor horrible y multisonoro de esa persecu- ción literaria, diplomática Ó sangrienta, no grite V como algunos católicos débiles ó ig- norantes: «¡Hipótesis! ¡Hipótesis! ¡Libertad para todos! De otro modo es imposible vi- vir.» No, sino diga V. lo que el suldado que, puesto en campaña, comienza á oir la grite- ría y los disparos del enemigo. «¡Es natural!»

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