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— 148 — Hay que vivir en concierto con las nacio- nes extranjeras, han dicho; como si para conseguis ese concierto vergonzoso fuera lí- cito quebrantar las leyes divinas, naturales y eclesiásticas, desconcertarse con Dios, arre- batándole creyentes, con la razón, invitándo- la á un desposorio infame con el error ó la herejía, con la Iglesia, violando quizá sacra- tisimos pactos y con el pueblo, pisoteando la voluntad de ese, á quien, cuando así convie- ne á sus intereses, llaman soberano, Hay que atender á las necesidades de la época, como si en alguna época necesitasen las naciones oir blasfemar de Dios, ó tener dentro de sus fronteras establecimientos públicos (prote- gidos por el Estado) de doctricas heréticas é inmorales, para surtirse en ellos de lo que precisamente degrada, envilece y mancha .á la humanidad. Hay que tener en cuenta las exigencias del progreso, como si el progre- so, que no es otra cosa que el avance hacia la verdad, pudiera exigir jamás que los que progresan se separen, Ó se pongan en peligro de separarse de Dios, que es la Verdad mis- ma; Ó como si, por poder hablarse dus hom- bres á larga distancia sin necesidad de hilo conductor, ó saber elevarse un aviador en su aeroplano á tres mil metros de altura, hubie- ra cambiado el orden moral, Ó tuvieran las naciones menos necesidad de Dios, ó menor obligación de adorarle! ¡Indignación causa el que se hayan invocado esos absurdos para tomar una medida tan trascendental, no sola- mente para el culto de Dios y la vida de la Iglesia, sino para los intereses morales, inte-

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