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— 147 — cia si solo la exige una ciudad, niá toda la nación si solo se hace necesaria en una pro- vincia. Esta es la regla práctica en esta ma- teria, y no es lícito separarse de ella un ápice. D.—No han andado, pues, según parece, en tantas sutilezas para tomar esa medida los Gobiernos de las naci nes civilizadas. M.—Desgraciadamente tiene V. razón; pe- ro por eso su conducta ha sido tan criminal que no hay en el diccionario de la lengua un adjetivo bastante duro para calificarla. Esos Gobiernos de naciones católicas que por vanisimas razones, como el afán de vivir en concierto con las naciones extranjeras, Ó por razones falsas é impías, como las ne- cesidades 1d. la ¿poca, Ó las exigencias del progreso, han abierto la puerta, ó quizá han lla nado positivamenteá la herejía 6 á la irre- ligión, cubriéndolas luego con el manto de la ley, pira que puedan impunemente hacer guerra á la Religión Católica, matando la fé en innumerib'es almas; esos Gobiernos, di- go, que han dado ese gravísimo paso, quizá con la protesta del Papa, del Episcopado y de la inmensa mayoría de la nación, han contraido ante Dios una responsabilidad tan enorme, que confieso á V. que cada vez que intento medirla con mi entendimiento, recibo la misma impresión que se recibe cuando desde la cubierta de un buque se contempla la inmensidad de los meres.

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