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— 139 — eso quizá no será necesaria la morai católica; bastará con esa otra moral natural é inde- pendiente de toda religión. Con ella podrá el Gobernante cumplir su compromiso, salvar el orden, é impedir que la nación sea infeliz Ó se disuelva. M.—Está V. equivocado. En las naciones en que se ha predicado la religión cristiana, entre la moral católica y la barbarie no hay término medio. Los pueblos que se separan de Jesucristo se separan de Dios, porque Je- sucristo es Dios, y pierden á un tiempo su fé católica y las virtudes morales. No me pre- sentará V. jamás una nación escrupulosa en la observancia del Decálogo, que abandone la religión católica, y continúe buscando en ese Decálogo la norma de sus costumbres. Los pueblos, como el hijo pródigo, si huyen de la casa paterna, es para entregarse al li- bertinaje. La historia es testigo de esta ver- dad. D.—¿Viven en un error, según eso, esos escritores que nos proponen como modelos á pueblos desaprensivos en materia de reli- gión, y los llaman felices por verlos elevados á la cumbre del progreso? M.—Si, señor; el bienestar y la felicidad de las naciones están en razón directa con su aproximación á Dios por medio de la religión verdadera. Esta proposición es tan exacta co- mo las leyes del péndulo ó de la gravitación universal. Lo dice la razón, lo dice el mismo Dios repetidas veces en la Sagrada Escritura, y si, ni Dios ni la razón lo dijesen, la experien- cia sería suficiente para demostrarlo. Compa-

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