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— 133 — ciencia. «V. no tiene derecho á castigarme, diría al juez en tono victorioso, porque, se- gún el dictámen de mi conciencia, mi acción nada tiene reprensible. He talado tal finca, es ciérto; pero es porque mi conciencia me de- cía que era necesario hacerlo así, porque, á mi juicio, la propiedad es un robo. He asesi- nado al rey, no puedo nevarlo; pero tranqui- ícese V. porque he obrad»> así para obedecer a vez de mi conciencia, que me decía que lese rey debía morir, por oponerse á los pro- esos de la libertad.» Y aún habría algún chusco que intentase matar á todos los hom- bres, firmemente persuadido en su concien- cia de la verdad del principio social de Ho- bbes: Homo homini lupus. No y mil veces no; el funcionamiento de los Poderes que gobiernan una nación se apoya sobre principios más fijos que la con- ¿lencia que pueda formarse tal ó cual ciuda- dano. Hay un conjunto de verdades objeti- vas de las cuales debe alimentarse la socie- dad, si ha de vivir y perfeceionarse. El res- peto á la propiedad, el decoro público, la fi- delidad en los contratos individuales, socia- les 6 internacionales, el derecho á la honra y á la vida etc., etc., son verdades que ni des- aparecen ni cambian, porque á un ciudadano le ecurra el negarlas. La inmensa mayoria de los hombres las perciben casi instintivamente y con ellas debe el gobernante dirigir la na- ción. Pues bien, la verdad de la religión católica es tan evidente para aquellos á los cuales se les han anunciado los fundamentos en que

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