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e EG se de ella; y se multiplican las apostasías y la Iglesia, representada en unos pocos hijos fieles, Ó tiene que ocultarse, renovando la historia de las catacumbas, ó desaparece qui- zá para siempre de aquella tierra inhospita- laria, per cuya superficie vuelven á extender- se rápidamente las tinieblas de la gentilidad Ó de ¡a irreligión. He aquí nuevamente la an- títesis. Este es el camino que puede recorrer una nación cualquiera en sus relaciones con la verdadera Religión. La primera antítesis es el caos; la tesis es el sol brillando en el fir- mamento y despidiendo desde allí torrentes de luz; la segunda antítesis es la noche, es decir la oscuridad después de un día esplen- doroso. Y en los ¡..termedios está en un lado la aurora de luz plácida y creciente, y en el otro el crepúsculo vespertino de luz tenue y moribunda. D.—Perfectamente entendido. Y ¿cuáles son las obligaciones de un jefe de Estado en esta materia? ¿Puede mostrarse indiferente ante esas evoluciones religiosas Ó debe to- mar parte activa apelando á su autoridad? M.—La pregunta que acaba V. de formu- lar es la más importante en esta materia y, contestando directamente á ella, digo que, ningún Jefe de Estado puede mantenerse en actitud meramente pasiva respecto al avance Ó retroceso de la verdad católica, sino que

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