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— 114 — sirve sin duda para explicar la simpatía que se observa en la Iglesia por las monarquías, y su profunda aversión á todo gobierno de- mocrático. La monarquía católica es obra su- ya; debe amarla como la madre á su hijo aborrecer la república que es la forma con- traria de gobierno. ¿No es asi? M.—Vive V. en un lamentable error. La Iglesia no ha intervenido jamás en la cues- tión de formas de gobierno, sino para declam rar que esa cuestión le es indiferente. Para ella es igual un gobierno republicano que un gobierno absoluto; un régimen aristocráti- co que una monarquía templada En abstracto esa cuzstión la resuelven los filósofos con entera libertad y en concreto en cada caso particularel pueblo se elige lo forma que más le agrada y nada más Difundida por el mundo la idea católica, la sociedad vió en ella una garantía Je seguri- dad contra la tirania de los reyes y pudo por consiguiente elegirse tranquilamente gobier- nos absolutos, aristocráticos Ó populares, in- terviniendo desde entonces en la solución de este problema factores puramente accidenta- les. La historia, las circunstancias políticas, el genio y el temperamento del pueblo y el mismo clima suelen ser las razones que de- terminan la elección. Un pueblo que planta sus tiendas bajo un cielo abrasado por los rayos del sol adquiere un temperamento nervioso, inquieto y volu- ble; es amigo de novedades, generalmente aventurero y libre como las aves en el espa- cio. Este pueblo optará por la república cu-

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