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— 113 — de Roma, es creación exclusiva del Cristia- nismo. Fuera de él ni puede nacer ni puede vivir, porque ó sacrificará al pueblo, ó caerá sacrificado por él. Un rey que administra jus- ticia á sus vasailos, y no se convierte en dés- pota á pesar de que todo le convida al des- potismo, es un milagro realizado por la doc- trina de la Iglesia, y nauie sino ella puede realizarlo. Por eso antes de aparecer la Iglesia en el mundo todos los reyes fueron tiranos de sus vasallos, que los mataban cuando se cansa- ban de sufrir los golpes de su vara de acero. Y por eso se observa tambien que en las na- ciones cristianas, cuando los reyes han dismi- nuido voluntariamente la intensidad del influ- jo recibido de la Iglesia, separando, aunque no sea más que una pequeña distancia, el trono del Altar, la corona ha vacilado en sus cabezas, y quizá ella, el rey y el trono se han derrumbado con espantoso estruendo. Es ley de la razón, de la teología y de la historia. Cuando Jesucristo, Rey inmortal de los siglos, es expulsado de una nación, el rey temporal de ella tiene que salir poco después, y, si se queda, ha de ser partiendo con el pueblo la corona. Cierto instinto infalible hace conocer al pueblo que solamente un rey apoyado en el Derecho Católico y sumiso á la Iglesia puede hacerle temporalmente feliz y respetar su dig- nidad. * * e D.—La reflexión que acaba V. de apuntar

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