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| | b: l — 110 — tros ojos cierto rastro de gobierno, es siem- pre un monarca el director del movimiento. Esta verdad aparece confirmada por el ins- tinto natural de la sociedad; porque así co- mo el hombre puesto en grave peligro, del cual ningún ser creado puede librarle, grita espontáneamente ¡Dios mío! y ese es uno de los argumentos secundarios que empleamos para demostrar la existencia de Dios; del mismo modo podríamos probar que la monarquía es la forma de gobierno más perfecia y más natural al ver á la socie- dad, cómo en periodos de grandes crisis, cuando ve derrumbarse con estrépito las ins- tituciones más fundamentales del Estado, después de invoc:r á Dios, como le invoca el individuo aislado, exclama también expon- táneamente: «¿Quién nos enviará un hombre? ¿Cuándo aparecerá aquí un hombre que punga en equilibrio todo este mecanismo próximo á estallar?» Siempre un hombre; jamás dice dos. ¡Tan arraigada está esa ver- dad en el fondo de la sociedad! * ** D.—Pues sí eso es verdad, es raro el que todos los gobiernos no hayan sido monárqui- cos. ¿Cómo se explica este fenómeno? M.—Es patente la explicación. Las repúbli- Cas, y en general todo gobierno en el cual el poder se halle distribuido, se conciben con solo recurdar que la raza humana está vicia- da en su origen. El pecado original dió un golpe rudo sobre el entendimiento y sobre la

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