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— 106 — ro porque el hombre es social, y la anarquía es la muerte de la sociedad; lo segundo, por- que le es obligatorio y conveniente al hom- bre el conseguir su fin, y ninguna criatura llega á conseguir su fin trazándose á su antojo el camino; la ley es quien lo ha de trazar; lo tercero porque el hombre es un ser libre y creado y á un ser creado la obediencia y la sumisión le son casi tan esenciales como su mismo ser. Por eso la Iglesia Católica, que posee un profundo conocimiento de la natu- raleza y de los verdaderos intereses del hom- bre, extiende ante sus -ojos ilimitados hori- zontes para que apaciente á su placer sus potencias en la contemplación de lo verda- dero, de lo bueno y de lo bello; pero, tratán- dose de la observancia de la ley, que es el medio de entrar en posesión para siempre y de un modo definitivo de esas verdades bue- nas v bellas, es rigurosa. Ella vé al hombre ligado con una cadena á sus pasiones y con otra á Dios; se acerca á la primera y la rom- e, se acerca á la segunda y la aprieta más. En rigor el hombre es quien gana con ello, como dice la Sagrada Escritura: Mihi autem adherere Deo boniúm est. Me conviene es- tar unido con Dios. D.—¡A eso llamarán ellos quizá esclavitud degradante. .—Pues no lo es. Ningún ser se degrada por ocypar el lugar que le corresponde en la escala de la creación, y ese es el lugar que corresponde al hombre. Nadie se degrada imitando á Dios; al contrario en su imitación han hecho consistir la perfección humana to-

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