BCCPAM000R08-5-41000000000000

— 103 — ros. Esa docrrina depositada por la Iglesia Católica en el fondo de la sociedad sube á la superficie siempre que la sociedad necesita de ella. La Iglesia es la que estableció el equilibrio entre el pueblo y el rey, y cuando ese equilibrio amenaza romperse, es decir, cuando el rey comienza á convertirse en tira- no, la idea de la dignidad del hombre surge majestuosa elevándose por encima de las masas. El pueblo rodea el trono del rey, en cuyo rostro comienza á dibujarse otra vez la expresión fiera de Nabucodonosor ó de An- tioco, y exclama: «¡Alto ahí!, arroja esa vara de hierro y toma en tus manos el cetro de la paz, porque no somos esclavos sino hijos de Dios! La Iglesia nos lo dijol» Y ante el cla- mor unísono de ese pueblo iluminado con los resplandores de la libertad verdadera, el rey se ve obligado á ceder y cede siempre. Lea V. atentamente la historia del cristianismo y observará que jamás ha sido la tiranía una enfermedad habitual en los reyes de naciones cristianas. El milagro se debe á la Iglesia Ca- tólica, maestra de pueblos y de reyes, que dió al mundo la verdadera idea sobre el valor y la nobleza del hombre, y la mantiene contra todas las ambiciones y errores; y cuando los reyes la olvidan, la Iglesia vuelve á recordár- seles, saliendo á la defensa del pueblo opri- mido. D.—Verdaderamente que son deudores los pueblos á la Iglesia de su emancipación polí- tica. Esa doctrina predicada por ella satisface al espíritu más democrático. Pero ¿no le pa- rece á V. que ofrece el inconveniente de de- A rm rr

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz